Desde hace más un año, Agustín y Mónica se reúnen todos los viernes a las 9 de la noche. El encuentro ocurre en el mismo
lugar en donde los objetos y las cosas permanecen estáticas como para no descomponer el tiempo. El humo del cigarro, las
luces tenues, la pasión, son ingredientes que hacen de la atmósfera algo que asemejan a un gran burdel.
Al encontrarse en sus soledades, se miran con sus ojos de cristal y se suceden en palabras.
Mónica luce su boca carmesí, un escote profundo, el vestido ceñido a su cuerpo que deja poco a la imaginación y unas
sandalias que forman parte de sus más apreciados fetiches. Su actitud de femme fatal, hipnotiza a Agustín quien la encuentra más altiva e impúdica que de costumbre.
Ese día, sin preámbulo, Agustín toma los muslos de Mónica y juguetonamente introduce los dedos entre sus bragas. Después de un gemido y al saberse húmeda, Mónica se...
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