jueves, 1 de marzo de 2007

A cielo abierto

El cielo cambiaba imperceptiblemente del albaricoque al violeta mientras las nubes tersas y lejanas parecían un incendio escarlata sobre el mar. Ante mis ojos, su color crepuscular translucía las esmeraldas, turquesas y zafiros de su embate con un rumor iridiscente.

Yo lo veía con los ojos entrecerrados, montada sobre el dulce y enhiesto Mariano, cuya dureza y grosor enormes cabalgaba sin ninguna prisa, acariciándome los senos y el sexo al tiempo que lentamente ascendía y bajaba a horcajadas, con los muslos empapados de sudor y de bronceador, resbalosa, sintiéndome como una alta palmera despeinada.

Mi piel ardía, el corazón se me salía en cada gemido sumándose al murmullo del cielo, al aroma del aceite de coco, al latido anhelante de la marea.

Me dolían un poco las ingles, los pezones tirantes se endurecían cada vez más a merced del deseo creciente; el clítoris erecto y a punto de estallar como una flor de mayo, se deslizaba dócil entre mis dedos cadenciosos.

Él tenía los ojos cerrados, estaba inmóvil bajo del vuelo de mi peso, semejante a un maravilloso especimen en el alfiler de su propio sexo...

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